¡Lo necesito para ayer! ¡Requiero ganar dinero de inmediato! ¡Ya quiero dejar de sentir esto! ¡Me urge salir de esta crisis! ¡Apúrate que llegamos tarde! ¡Quiero olvidarlo lo más pronto posible!
¿Te has escuchado diciendo eso?
Queremos soluciones rápidas, recetas mágicas o resultados inmediatos. Ya sea bajar de peso, tener un cuerpo envidiable, comprar una casa, obtener un aumento, escribir un libro, ser millonario, encontrar u olvidar a la pareja, o que Dios nos escuche y nos cumpla el milagrito. Creemos que entre más urgencia tengamos más rápido llegará lo que aparentemente nos hace felices.
¿Será que así funciona la vida?
Aunque nos han vendido esa idea, cada día me queda más claro que desafortunadamente (aquí es el momento en donde la esperanza SÍ muere), la respuesta es NO. La vida no funciona de esa manera.
¿Por qué?
Primero, porque la prisa no es sólo un hábito tóxico causante del estrés. Es también una manifestación del ego, que nunca nos deja en paz.
Lo visualizo como un ruido estruendoso taladrando nuestra mente en todo momento, acompañado de una voz que nos ordena: “Acumula ya, consigue ya, obtén ya, haz ya”, con la falsa promesa de que “entre más tengas o más hagas, más feliz serás”.
Y segundo, porque LA FELICIDAD no es un acto de urgencia sino de DISFRUTE. No conozco a una persona que me pueda decir: “me siento en paz, pleno y realizado en la medida de la prisa con la que viva”.
La PRISA es un ASESINO SILENCIOSO, que sin darnos cuenta, va entrando poco a poco a nuestra casa, hasta adueñarse de cosas tan cotidianas como la forma en la que comemos, en como vestimos, trabajamos y hasta en como nos relacionamos con las personas que queremos.
Así nos educaron, nuestros padres lo absorbieron también de nuestros abuelos. Somos una generación, mencionaba Joachim de Posada en base al experimento que se realizó en la Universidad de Stanford, que busca comerse el “malvavisco” lo más pronto posible.
El problema de la inmediatez es que nos autogeneramos un alto grado de frustración por no tener lo que queremos cuando lo queremos y también nos disminuye nuestra capacidad de disfrute. Es un martirio vivir así. Precisamente por estar en búsqueda del placer instantáneo y pasajero, que nos impide gozar del presente.
En mis conferencias explico la prisa con la metáfora del buffet en un restaurante. Te paras, te sirves unas cuantas cosas, te sientas y comienzas a comer, pero en lugar de disfrutar lo que tienes en el plato, mientras comes ya estás pensando en el platillo que ya no te cabía o que te faltó probar.
Confieso que a mí también me sucedió. Recuerdo que hace algunos años, terminaba un evento y ya estaba pensando en el que sigue. No disfrutaba ni el que acababa de finalizar ni el que venía después. Algunos dirán que es bueno porque te enfocas más, pero la verdad es que esa urgencia de querer vivir lo que todavía no sucede o de obtener lo que todavía no llega, te desconecta de quien eres realmente.
¿Verdad que es desgastante vivir bajo esa actitud del ego de: dame lo que quiero AHORA?
Por eso quiero compartirte cuatro remedios lentos para andar más ligero, para soltar y para confiar más. (Te advierto que si vives con demasiada prisa, ni los leas, porque no te van a gustar)
Recuerda, “la calma es oro” y la vida es “poco a poco”. Quita tu pie del acelerador y descubre cómo la paciencia, la confianza en el proceso y el aprovechar cada instante, pueden ser tus mejores aliados en el desarrollo de tu mejor versión.